Cuando cualquiera de nosotros se plantea cambiar su alimentación a un modo más saludable (lo que no significa necesariamente “estar a dieta”), el primer paso es transformar nuestros hábitos de compra en el súper.
Es difícil comprar sano: entre la infoxicación de la etiquetas con enormes letras LIGHT, ECO o BIO, perdemos la noción del concepto de lo saludable. Y también perdemos algo de salud económica por el camino, ya que todos estos vocablos envuelven automáticamente a los productos con un halo de “gourmet” que incrementa considerablemente su precio. Pero, ¿es cierto que los productos más caros son de mejor calidad? ¿Comer caro significa comer sano?
Te damos algunos consejos para ser un nutrishopper de 10
- La clave: hacer una buena lista de la compra en casa.
Si llegamos con hambre o poco lúcidos, compraremos peor: más cantidad y de menor calidad nutritiva. Para hacer una buena lista de la compra, podemos partir de planificar un menú semanal y la intención de cumplirlo (y la posibilidad de cocinarlo). Lo de fuera de la lista, no existe.
- Importante: saber leer las etiquetas.
No es una pérdida de tiempo, sino una gran inversión en salud. Una buena regla general para interpretar las etiquetas es que cuanto más corta, más sano y natural es el producto y menos aditivos contiene. Otra cosa importante es leer los componentes de manera ordenada de arriba hacia abajo, ya que siempre aparece en primer lugar el ingrediente principal. Por ejemplo, si en primer lugar aparece el azúcar, eso significa que el producto no debería formar parte de la dieta diaria. Por lo general, todos los productos frescos tienen más calidad nutricional.
- Conocer, aunque sea de vista, a los aditivos.
Forman parte de nuestra dieta diaria, y pueden ser de origen natural (animal o vegetal) o químicos. La forma de nombrar los aditivos en las etiquetas nutricionales es la letra E + un código. Y que sean de consumo muy corriente no significa que algunos no sean peligrosos cuando se ingestan en cantidades grandes. Por ejemplo, el conocido como jarabe de glucosa, jarabe de glucosa fructosa, jarabe de maíz o jarabe de alta fructosa, cuya función es potenciar el sabor dulce. Su producción resulta muy barata y por eso lo podemos encontrar en multitud de alimentos, desde yogures de diferentes sabores, helados, dulces, bollería, hasta en refrescos, alcohol y cereales. Un consumo muy recurrente de este aditivo puede influir en la aparición de patologías como la diabetes o la obesidad.
- Cuidado con los cero azúcares.
Mucha gente piensa que adquirir costumbres como tomar el café con sacarina o beber cocacola zero es más que suficiente para ser más healthy. Las calorías no son indirectamente proporcionales al valor nutricional de un alimento. Por ejemplo, casi todos los refrescos sin azúcar (y sin calorías), contienen aspartamo, un aditivo para causar sabor dulce muy de moda últimamente. Sin embargo, hay varios estudios que demuestran que el aspartamo puede influir al trabajo del sistema nervioso o causar cáncer. Además, hemos de tener en cuenta que reeducar los hábitos alimenticios, supone no solo saber qué comer sino cuándo comerlo. El cuerpo necesita de todos los nutrientes para funcionar correctamente, pero habrá que repartirlos teniendo en cuenta nuestra actividad a lo largo de la jornada: grasas, azúcares e hidratos de carbono preferiblemente por la mañana y proteínas por la noche.
Por último, una reflexión sobre lo light. Porque normalmente, aunque es cierto que estos productos tienen menos calorías que sus ecuánimes en versión original, suelen ser poco o nada nutritivos. En estas variaciones se sustituye la grasa por productos químicos y el azúcar por edulcorantes poco saludables. Producen poca saciedad y en ocasiones hacen mal al sistema metabólico, que lo que pide a gritos son menos productos procesados, aunque sean menos light.
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